Los rayos del sol de la vieja
plaza le calentaron y dándole un fulgor momentáneo. Observó las rosas, los
pájaros e incluso jugueteó con sus manos sobre la cabellera de un perro, algo
increíble para quienes lo conocimos. “De niño, uno se me lanzó encima; era
amarillo y grande. Si eso no basta para que surja un trastorno, no sé qué será”.
Saludó a un par de ancianos y entró a la iglesia...
Los vitrales coloreados le
pusieron melancólico; recordó entonces ese viejo disco que en su caratula
poseía una virgen sosteniendo una flor, con sangre en la boca y el vitral
gótico; simplemente le encantaba mencionarlo: “Si, esa caratula es perfecta; es
una mezcla de todo lo ecléctico, una virgen, una iglesia y sangre para
ambientar rock, es perfecto”
Sintió el olor a polvo de los
santos y se postró frente a ellos; fue entonces cuando lo vi. Me acerqué y en
silencio lo observé, él notó mi presencia pero permaneció inmutable.
Hoy es el día ¿Verdad? Pregunté con calma y angustia.
Él asintió con la sonrisa.
Ya era hora. Me dijo.
Y, ¿has pensado en ella? Estrujé
mi mano contra mi pecho buscando el papel encomendado.
A cada minuto, a cada hora, a
cada noche. Creo que por ello debo hacerlo también.
Luego volvió el silencio; largo.
El campanario anunció las 11:30. Entregue la carta sin mediar palabras y
mientras cruzaba el umbral, me retuvo. “Gracias amigo, ya sabes dónde”
Luis partió entonces a la tarde
borrascosa, la lluvia se había desatado con premura mientras hablábamos. Se mojó las piernas y la bota del pantalón;
lo disfrutó tanto que no quiso cambiarse las ropas. De nuevo en su casa, empezó
a guardar sus memorias, golpeaba una y otra vez las teclas de la máquina de
escribir, hasta que la mano no respondió “Vejez tan perra” solía decirnos a
todos. Aunque su madre, la doña siempre lo recordaba como su bebe.
Marcó el reloj entonces la hora
nona y sacó la botella de Whiskey, el líquido amarillento le quemó la garganta
y le recordó que su astenia le acentuaba los sabores a grano. “Por Baco” Solía
brindar cada vez que tenía un tragó en la mano. Aquella vez, brindó pero de
manera distinta: “Por la muerte” y de un tiro dejo el vaso en blanco.
Las horas siguientes fueron
confusas; mareado, con ganas de vomitar, observando en la nada a sus seres
queridos; haciendo el amor con ella y su recuerdo. Luego cayó tendido en medio
de su extraña borrachera. Por mi parte, lejos de allí; hasta que marcaron las
siete hice mi trabajo a medias, me distraía con todo; con la luz, con el aire,
con el recuerdo de Luis.
Siete y diez; la noche obscura de
Medellín se ve tersa por las pequeñas luces titilantes de las casas. Allí estoy
yo observándolo. Luis está tranquilo y tiene halito a alcohol. Se aproxima y me
entrega un pequeño paquete. El frío es atroz pero ninguno lleva algo más que
las ropas del día. Es como si una llama, inmoladora se levantase de nuestros
viejos corazones.
Las ocho, no ha mediado palabras
y se para al borde de la azotea. Mira hacia abajo y siento su miedo; siento que
la ve, que se ve; siento que quiere arrepentirse pero no puede. Entonces,
súbito toma una bocanada de aire que parece cortar la respiración del mundo y
cae, vuela, danza en el aire como en los valses de Chaikovski.
El frío me paraliza entonces y
con pequeños pasos, trémulos logro ver su cuerpo estrellado a metros de
distancia. Me palpita el corazón y logro entrar en razón; mi amigo se ha
suicidado, por amor, por odio, por lo que sea pero lo hizo, esta sonriente
esperando a su chica para bailar de nuevo en el paradero del bus, para mirar
las estrellas, para darle un abrazo, para decirle que la ama como a nada en el
mundo, para embriagarse con su olor.
Mi corazón empieza a apagarse
mientras leo aquellas memorias y me dejo tentar con esas ideas; la muerte me
roza aunque ella sabe que me tendrá en el futuro porque ahora no hay quien
pueda escribir las ultimas notas de mi ser, como lo hice con Luis.
Llega la media noche… y allí esta
ella. Aunque sabe que no lo volverá a ver jamás.
Siento que le tranquiliza, en su
tristeza; saber que su amor descansa.
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