Allí estas como siempre, muchacha.
Fría, sonriente y hermosa.
Estas allí, simple. En el ahora.
En ese aire que te rodea, en ese aire cargado de vos.
También estas en el tiempo que me marchita.
El mismo tiempo que te acaricia, que te vuelve dura la mirada.
Estas en los libros, en las canciones, en las ironías.
Estas en mi cabeza, en los latidos. Pero sigues lejos.
Sigues lejos con los labios carmesí.
Con el cabello ondeando como un premio inalcanzable.
Vives allí, aunque no lo creas, aunque no lo veas, aunque no te importe.
Desearía odiarte, no verte, no haber cruzado una mirada.
Pero no puedo.
Desearía devolver el tiempo a ese momento.
A ese justo instante en que me sobró
el aliente con tu figura.
Devolverlo, cientos, miles de veces y repetirlo.
Repetir ese hechizo silencioso que se desprende de tú piel.
Ese conjuro malévolo que idolatro.
Ese pecado infernal de imaginar tus manos, tus caricias y tus besos.
Ese sueño absurdo de querer decirte algo imposible.
Muchacha, cuanto daría ahora, mañana y siempre.
En el día, la noche, en el silencio.
En la vida y en la muerte por saber,
Si debo simplemente, amarte desde la distancia.
