viernes, enero 17, 2014

El diablo

Recuerdo que cuando leí por primera vez la biblia satánica de Lavey, sufrí una de esas crisis espirituales muy comunes en la adolescencia; ante mis ojos tenía la panacea de los problemas, el escape a lo males, el poder infinito. Recuerdo que intente aprender el enoquiano, conseguir una daga e incluso trazar en la ruta escolar cientos de métodos de hurto y escape para el cáliz de la iglesia mas cercana.

Hoy por hoy, con más años encima, suelo darle un par de miradas a las paginas e imaginarme todo lo allí descrito, los círculos, las velas, el ritualismo, los pensamientos de poder... Luego doy un largo respiro, vuelvo a mi ser y me digo: "Soy un idiota".

Esta semana he escuchado miles de historias de pactos con el diablo, fantasmas y seres paranormales, todas compartiendo la misma mentira, pero aun así develando algo fundamental en nuestra naturaleza: La predisposición y sugestión para hacer de la ignorancia algo material. Y es de allí entonces que puedo decir que el demonio y demás supercherías son en parte ignorancia, en otra una racionalización de nuestros miedos y en otros casos, la necesidad de nosotros los seres humanos por sentirnos inferiores, incapaces de controlar nuestra vida, nuestras acciones y por ende las consecuencias.

El diablo si existe y lo vemos a cada día; con ropas de Armani o Bossi, afeitado, barbado, con pelo liso, rizado, de tez blanca o tez negra, con senos, con pene o vagina. El diablo esta allí frente al espejo y le sonrío tanto... porque es igual a mí, a cada uno de nosotros...

Luis C. Botero.

jueves, enero 16, 2014

Los ojos de la abuela

En un mes como este años atrás, de los cuales he perdido la cuenta; no por que no me interese sino porque no quiero, murió mi abuela. Una mujer chapada a la antigua, creyente, de escapulario, de biblia, del libro La María de Isaac que le apaciguaba el sueño en las tardes de café. Murió como lo haremos todos, sin embargo en mi alma pesa el no haber estado de traje elegante en el funeral como ella lo deseaba, pero qué mas da ya; si algo pudo observar desde el otro lado, es que allí estuvimos todos. El fantasma de la parca viene de vez en cuando y me hace pensar, de manera triste, que nadie estará allí cuando mi muerta suceda.

Ahora bien, menos importante que eso, es recordarla sentada en la sala, con un dulce en la mano, mirando las muchachas pasar de un lado a otro y con uno de sus atinados comentarios a las nuevas formas de vestir. También la recuerdo sirviendo el almuerzo, auscultando los platos para que no nos faltara nada; era increíble como no morir tras el banquete.

Sin embargo, si debo recordar algo de mi abuela, era aquella historia del fantasma de blanco; que en sus explicaciones era algo así: "Una figura alta de mas de dos metros, completamente blanca, de gran zancada; tanto que con solo dos paso lograba cruzar una manzana entera". Esa enigmática figura la observó según ella, dos veces, pasada la medianoche desde el pequeño balcón.

No se si es una locura de mi ser, pero a pesar de mi escepticismo deseo ver aquella figura; a ese hombre de blanco saltando de un poste a otro y asustando a los pocos transeúntes. Cuanto desearía poder tirarme en el sofá de los Riachuelos y hacer de mis ojos sus ojos y ver a la criatura danzar, y con esta; verla a ella y con ella poder detener el tiempo para preguntarle tantas cosas que temo, tantas cosas que turban la mente, poder recibir un dulce mas de sus manos y sentir esos brazos rodeando el cuerpo y aquella voz diciendo; "Cuida a quien amas, no repitas los errores, come algo que estas muy flaco y reza para no perder la esperanza en que podrás ser viejo".

Se fue la abuela, se fueron sus ojos... pero quedaron sus recuerdos. Por eso desde mi balcón me detengo algunas noches esperando el brillo del gigante, aunque estoy seguro que cuando lo observe será la ultima vez para remembrar las cosas de este mundo que me hacen feliz: El amor de mi novia, la sonrisa de mi madre, los instantes con mi padre, las tertulias con los amigos.

Te espero gigante, te espero fantasma; con los brazos abiertos. Te espero para poder hablar con ella y decirle que creo, que creo en sus palabras.

Luis C. Botero.